Ruido… ruido
en la oscuridad, era todo lo que podía ver... ruido. Estaba desconcertado no sabía
dónde se encontraba ni de donde procedía ese ruido, tardo unos segundos en
volver a situarse. ¡Flash! un pequeño destello apareció y rápidamente abrió la tienda, el campamento se empezaba a
iluminar con el fuego que prendía las tiendas y de su interior salían personas
medio calcinadas. Todo lo demás era oscuridad, la luna había preferido no salir
esa noche, sabía lo que estaba por venir. Ahora distinguía el ruido de los
cascos de caballos, y con la débil luz del fuego distinguió en suelo los
cuerpos inertes y mutilados de sus compañeros. El rojo y el negro eran los
únicos colores que teñían esa noche las tierras, esos dos colores se le
grabaron a fuego en la retina, empezó a ver todo borroso, sentía como su alma
se desvanecía del cuerpo, mientras un caballo se acercaba hasta él… rojo y
negro… se despertó, sudado, temblando, esos dos colores seguían grabados en su
retina, la oscuridad de la noche y el fuego de la fría vela que iluminaba
débilmente su habitación, pintándola de rojo.
Había pasado
largo tiempo desde que fue a aquella guerra, pero los recuerdos le seguían
atormentando en forma de pesadillas. Esto le había producido enfermedad, y
debía pasar el día en cama. Monjes y matasanos habían acudido para ayudarle e
incluso recurrió a la brujería, pero nada de ello le ayudaba. Sabía que
seguramente había gritado en sueños, y no tardo en aparecer su padre y su
madrastra. Su padre, más que un padre era un general, y más que un general era
un demonio. Curtido en mil batallas se había mantenido siempre firme y digno, porque
era descendiente de los mejores soldados que la tierra jamás ha visto y su
fuerza era una herencia que Dios les había otorgado para ser sus defensores
¡Por Dios y por Castilla! Pero al ver a su hijo, de su misma sangre, que en la
primera batalla abandono a sus compañeros sin ni siquiera luchar y que ahora
era un débil que solo podía estar en la cama le hervía la sangre. Solo
improperios y saliva era lo único que se dignaba a dirigirle a su hijo, si es
que lo podía llamar así. Un descendiente del Cid que había deshonrado a su
linaje, para él solo merecía una cosa.
Se quedaron
solos el muchacho y la madrastra, mirándose, sin hablar. Ella no era como el
padre, se apiadaba de él, le daba pena y cada noche le intentaba consolar. Así,
se acerco lenta a su cama, se sentó y el chico apoyo las piernas entre sus
rodillas mientras ella le acariciaba la cara, sin decir una palabra. El tiempo
era insignificante, se tiraban cada noche ahí, minutos, horas. Ella se acerco a
besarle en la frente, quería mostrarle que no estaba solo, que ella le
protegía. Sus manos ya no le acariciaban
la cara, ahora una le agarraba con fuerza de la mano mientras la otra se
deslizaba suavemente por su pecho, era firme, liso. El siguiente beso fue a la
mejilla y poco a poco bajo al cuello. Cada vez las caricias eran más salvajes,
pero con dulzura le volvió a acariciar la cara mientras sus labios se
encontraban. Él la agarro con fuerza de la cintura y la tumbo sobre la cama
mientras sus labios seguían unidos, Su cuerpo desnudo era precioso terso y
blanco, digno de una bella muchacha. Y allí, en la oscuridad, bajo la débil luz
de la vela se dieron calor, y ella sangro… rojo y negro.
Él buscaba
amor, carillo y consuelo, pero no de ella, una mujer despechada. Solo buscaba
el camino fácil, dejarse llevar, pero mientras yacía con ella no sentía nada,
hacía años que no sentía. Él solo esperaba a la única mujer que siempre le
había amado, la que siempre le había estado esperando, pero una vez hace tiempo
huyo de ella por miedo. Creía que no estaba aun preparado para comprometerse,
pero ahora se daba cuenta de su error, que sin ella estaba destinado a una vida
mísera. Y sabía que ella dentro de poco volvería, que si lo deseaba con fuerza
se podría acostar en su regazo y que su único amor, al que tanto tiempo había
estado esperando desde aquella noche en
que huyo, volvería a por él. Ese momento estaba cerca, volvería a sentir su
fría caricia, y por fin su frío beso, porque aquella mujer era la muerte, y estaba dispuesta a recuperar al hombre que dejo una fría noche en aquel
campamento. Por fin todo dejaría de ser negro y rojo, y volvería a como empezó,
solo negro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario