miércoles, 20 de mayo de 2015

Capítulo 4. Veni Vidi… Mori

Ruido… ruido en la oscuridad, era todo lo que podía ver... ruido. Estaba desconcertado no sabía dónde se encontraba ni de donde procedía ese ruido, tardo unos segundos en volver a situarse. ¡Flash! un pequeño destello apareció y rápidamente  abrió la tienda, el campamento se empezaba a iluminar con el fuego que prendía las tiendas y de su interior salían personas medio calcinadas. Todo lo demás era oscuridad, la luna había preferido no salir esa noche, sabía lo que estaba por venir. Ahora distinguía el ruido de los cascos de caballos, y con la débil luz del fuego distinguió en suelo los cuerpos inertes y mutilados de sus compañeros. El rojo y el negro eran los únicos colores que teñían esa noche las tierras, esos dos colores se le grabaron a fuego en la retina, empezó a ver todo borroso, sentía como su alma se desvanecía del cuerpo, mientras un caballo se acercaba hasta él… rojo y negro… se despertó, sudado, temblando, esos dos colores seguían grabados en su retina, la oscuridad de la noche y el fuego de la fría vela que iluminaba débilmente su habitación, pintándola de rojo.

Había pasado largo tiempo desde que fue a aquella guerra, pero los recuerdos le seguían atormentando en forma de pesadillas. Esto le había producido enfermedad, y debía pasar el día en cama. Monjes y matasanos habían acudido para ayudarle e incluso recurrió a la brujería, pero nada de ello le ayudaba. Sabía que seguramente había gritado en sueños, y no tardo en aparecer su padre y su madrastra. Su padre, más que un padre era un general, y más que un general era un demonio. Curtido en mil batallas se había mantenido siempre firme y digno, porque era descendiente de los mejores soldados que la tierra jamás ha visto y su fuerza era una herencia que Dios les había otorgado para ser sus defensores ¡Por Dios y por Castilla! Pero al ver a su hijo, de su misma sangre, que en la primera batalla abandono a sus compañeros sin ni siquiera luchar y que ahora era un débil que solo podía estar en la cama le hervía la sangre. Solo improperios y saliva era lo único que se dignaba a dirigirle a su hijo, si es que lo podía llamar así. Un descendiente del Cid que había deshonrado a su linaje, para él solo merecía una cosa.

Se quedaron solos el muchacho y la madrastra, mirándose, sin hablar. Ella no era como el padre, se apiadaba de él, le daba pena y cada noche le intentaba consolar. Así, se acerco lenta a su cama, se sentó y el chico apoyo las piernas entre sus rodillas mientras ella le acariciaba la cara, sin decir una palabra. El tiempo era insignificante, se tiraban cada noche ahí, minutos, horas. Ella se acerco a besarle en la frente, quería mostrarle que no estaba solo, que ella le protegía. Sus manos  ya no le acariciaban la cara, ahora una le agarraba con fuerza de la mano mientras la otra se deslizaba suavemente por su pecho, era firme, liso. El siguiente beso fue a la mejilla y poco a poco bajo al cuello. Cada vez las caricias eran más salvajes, pero con dulzura le volvió a acariciar la cara mientras sus labios se encontraban. Él la agarro con fuerza de la cintura y la tumbo sobre la cama mientras sus labios seguían unidos, Su cuerpo desnudo era precioso terso y blanco, digno de una bella muchacha. Y allí, en la oscuridad, bajo la débil luz de la vela se dieron calor, y ella sangro… rojo y negro.

Él buscaba amor, carillo y consuelo, pero no de ella, una mujer despechada. Solo buscaba el camino fácil, dejarse llevar, pero mientras yacía con ella no sentía nada, hacía años que no sentía. Él solo esperaba a la única mujer que siempre le había amado, la que siempre le había estado esperando, pero una vez hace tiempo huyo de ella por miedo. Creía que no estaba aun preparado para comprometerse, pero ahora se daba cuenta de su error, que sin ella estaba destinado a una vida mísera. Y sabía que ella dentro de poco volvería, que si lo deseaba con fuerza se podría acostar en su regazo y que su único amor, al que tanto tiempo había estado esperando desde aquella noche  en que huyo, volvería a por él. Ese momento estaba cerca, volvería a sentir su fría caricia, y por fin su frío beso, porque aquella mujer era la muerte, y estaba dispuesta a recuperar al hombre que dejo una fría noche en aquel campamento. Por fin todo dejaría de ser negro y rojo, y volvería a como empezó, solo negro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario